EL PARTO EN LA SOCIEDAD ACTUAL

José Fernando Fernández Godoy

 

El animal, a la hora del parto, se separa de la manada y busca un rincón tranquilo. Parece, como si la soledad tuviera que estar presente en el mismo. Se trata de un parto, por naturaleza, solitario. Al contrario, el parto de la especie humana siempre necesita ayuda. Su complejidad, y hasta su dolor -con ese sentimiento de “petición de auxilio” implícito en toda situación dolorosa-, induce a concebir el parto humano como un parto, por naturaleza, social. El parto de nuestra especie ha estado siempre profundamente influenciado por su entorno.

En la sociedad renacentista del siglo XVI se inició una reacción a la misoginia heredada de épocas anteriores. Se despertó un interés hacia la mujer y, consecuentemente, se reactivaron las especialidades médicas que le eran afines: la obstetricia y la ginecología. Pero esta subida de la posición social de la mujer fue sólo un amago, un primer peldaño, pues le quedaría un largo y duro caminar por una senda de obstáculos propios de una sociedad que se resistía a abandonar reminiscencias machistas del pasado. Y así, nos encontramos en los tiempos actuales con una mujer que se ha ido ganando a pulso situaciones sociales de igualdad con el hombre que verdaderamente le corresponde, pero con un trayecto aún por recorrer.

El panorama reivindicativo de la mujer actual, supone para la clase política -sin distinción de tendencias o países- un inmenso campo abonado para captar voluntades del modo más fácil: a través de los sentimientos. De esta manera, el sentimiento maternal, componente esencial del parto humano, se erige en importante centro de atención de la sociedad en que vivimos.

El parto actual está sometido a influencias obstétricas, económicas, políticas, jurídicas..., todas profundamente enraizadas entre sí.

La asistencia hospitalaria y el vertiginoso avance del tecnicismo obstétrico han cambiado el modo de concebir el parto. Se ha logrado un indudable descenso del índice de mortalidad materna e infantil y una considerable mejora de la salud de la madre y del hijo, pero, como contrapartida, se ha producido un considerable aumento de la intervención obstétrica.

El aumento del tecnicismo ha motivado que los costos del parto se hayan disparado en los últimos tiempos. Y, consecuentemente, que la expansión del mencionado tecnicismo obstétrico dependa de los recursos sanitarios del país o comunidad en el que el parto tenga lugar.

En la medicina pública lo recursos sanitarios están en manos de los administradores públicos, con lo cual, la asistencia al parto se encuentra sometida a una marcada influencia política.

Debido al importante papel desempeñado por la mujer y su maternidad, la sociedad es muy exigente con el obstetra y el estamento jurídico, que canaliza dicha exigencia, es escrupuloso y complejo. Al tocólogo se le exige no sólo una correcta asistencia obstétrica, sino, además, la utilización de todos los medios técnicos disponibles. La obstetricia se ha convertido en una profesión de alto riesgo, y el tocólogo se ve obligado, por exigencias de la sociedad, a aplicar el mayor número de recursos que le lleve a garantizar la máxima seguridad del hijo y de la madre.

En la sanidad pública, el tocólogo soporta una doble presión: la procedente de los estamentos jurídicos, exigiendo la aplicación de todos los medios disponibles, y la proveniente de la administración, incitando a todo lo contrario, reducir la utilización de esos medios con objeto de disminuir gastos.

El obstetra es acusado de practicar la llamada “medicina defensiva”. No sé si el término es apropiado, pero nadie debe poner en duda la existencia de las presiones antes mencionadas. Y se pueda o no justificar, lo cierto es que el excesivo intervencionismo obstétrico es hoy una realidad absolutamente incuestionable.

El parto hospitalario, en el que la intervención obstétrica y la anestesia ocupan un primer plano, ha caído en manos de los tocólogos y las matronas/nos, únicas responsables directas del parto en épocas pasadas, han perdido protagonismo. Gran número de estos profesionales, alineados en los movimientos naturalistas, reclaman la vuelta del parto al domicilio, el cese del intervencionismo obstétrico y, de esta manera, recuperar el protagonismo profesional perdido.

La presencia del hombre en el parto estaba prohibida en la primera mitad del siglo XVI. Para la sociedad machista de la época, el parto era una actividad degradante, una más entre las tareas del hogar, propias exclusivamente de mujeres. Como reacción a esta reminiscencia del pasado, la sociedad de hoy se ha lanzado a proclamar para el hombre actividades destinadas en otros tiempos exclusivamente a las mujeres, entre ellas, la participación en el parto. Al grito social de ¡PADRES A LOS PARITORIOS!, la entrada del padre en la sala de parto se ha convertido en práctica de obligado cumplimiento. La presencia y la participación, sobre todo en el plano afectivo, del padre en el parto supusieron la terminación con unas ideas absurdas, reminiscencias del pasado, que jamás debieron existir; en definitiva, se dio uno de los pasos más importante en el proceso de humanización del parto.

 

En el parto hospitalario de la sociedad de hoy, el tocólogo continúa en su papel tradicional de ocuparse sólo de la patología. La obstetricia dirige su vertiente investigadora hacia las nuevas técnicas, y el estudio de la biomecánica del parto, con tantas cuestiones aún por investigar (la rotación del feto en el canal pélvico, el análisis de las fuerzas biológicas de la expulsión, el estudio de la postura de la parturienta,...,) sigue estancado desde hace más de un siglo.

El sinfín de posiciones, técnicas y aparatos utilizados en el parto desde los tiempos más remotos han obedecido siempre a modas o costumbres empíricas. La extensa variedad de posturas y técnicas de la parturienta de hoy siguen obedeciendo a modas o costumbres empíricas. Parece como si la máquina del tiempo nos hubiera trasladado a los legendarios tiempos del "arte de partear". Viejas formas de comportamiento en un escenario nuevo. Y, de ese escenario nuevo interesa destacar la existencia de INTERNET.

Internet da voz a grupos sociales con fuertes sentimientos reivindicativos que se atribuyen la representatividad de la mujer en general. A través de Internet se difunden métodos asistenciales idílicos: parto en el agua, en el propio domicilio con la parturienta rodeada de toda la familia... Se frivoliza sobre el parto, desdeñando su auténtica complejidad y la tremenda mortalidad materna y perinatal de un pasado relativamente reciente. Con el eslogan "el parto es mío" se incita a la mujer a demandar el control de su parto, como si el parto fuera un simple proceso fisiológico sin más...

En medio de todos estos influjos sociales en torno al parto, se encuentra la embarazada, la auténtica protagonista, con el sentimiento maternal en plena ebullición. Ella lo tiene bien claro: lo que desea fervientemente es la máxima seguridad de su hijo, y está dispuesta a toda clase de sacrificios para conseguirlo. Sufrió -durante demasiados años, estoicamente, sin rechistar, ante la mezquina pasividad de la sociedad- el dolor del parto, y ahora que los presupuestos han permitido la instauración de la anestesia obstétrica, su situación en la clínica maternal es de absoluta pasividad: permanece durante la dilatación postrada en una cama (sujeta a los cables de un monitor), y al final, tendida en una mesa de parto, se le extrae al hijo. Y, si bien, su sufrimiento ha sido debidamente mitigado, tan alto grado de invalidez le deja un cierto poso de amargura.

 

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